‘LOS ANTOJITOS DE LA NONA’: LUCHARLA PARA CONTARLA
De acuerdo a algunos estudios empresariales existen emprendimientos por “oportunidad” (se presente una buena ocasión o idea de negocio) y emprendimientos por “necesidad” (es complicado conseguir trabajo estable y uno se crea el suyo). Sin embargo, hay, a veces, emprendimientos ‒y emprendedores‒ que nacen de la tragedia. Y más que emprendedores, son luchadores. Uno de ellos es Walter Arrué, propietario de la pollería-salchipapería ‘Los Antojitos de la Nona’.
Tenía 18 años cuando empezó, por la fuerza de destino y la determinación de su voluntad, esta aventura. Walter llevaba un año y medio estudiando economía en la Universidad San Ignacio de Loyola y su hermana ‒tres años mayor‒ estaba a diez días de graduarse de odontóloga. Su madre, Giuliana, hacía seis meses que había inaugurado una pollería con menú en Balconcillo, en la propiedad de la familia. Un 17 de junio de hace 12 años, como empezó a ser su costumbre, tomó un taxi para ir a comprar insumos a La Parada. El auto chocó y la mujer fue llevada de emergencia al Hospital Almenara.
Walter había llegado a Lima hace un mes de los Estados Unidos, donde estuvo haciendo un intercambio y trabajó como ayudante de mesero en el hotel Marriot. Acá encontró trabajo en un McDonald’s, y aquel día del accidente le tocó hacer cierre y salió tarde. “El día 27 de junio mi mamá llega a hablar con nosotros porque fue mejorando, y como que se despide sin saber lo que le iba a pasar. La fuimos a ver temprano como al Hospital de Policía, donde la internaron. Luego fuimos a la graduación de mi hermana y cuando regresamos nos enteramos de que tuvo un paro respiratorio y desde ahí no volvió a levantarse”, recuerda el joven empresario. Desde entonces, han pasado 12 años y su madre sigue en estado vegetativo.
Todo empieza con una sola decisión
El día del accidente cerraron y lloraron. Pero de llorar no se come. “Así que chambeaba o chambeaba, y sacaba adelante este negocio porque no había de otra”, nos cuenta. Entonces, siendo estudiante aún y apenas cumplida la mayoría de edad, reúne a su hermana y su abuela que estaban destrozadas y les dice: “La función debe continuar. Lo que mi mama quisiera que hagamos es continuar”. Así, tomó las riendas del negocio del cual no sabía nada, pues hasta la misma abuela italiana, o su ‘Nona’, como él la llama, se opuso a que su hija ponga una pollería pues nunca habían trabajado en ese rubro. (Giuliana había trabajado en la ‘Antigua Bodega Dalmacia’ y se quedó sin trabajo cuando su tío, el dueño, falleció de pronto). Precisamente fue su ‘Nona’ quien le enseño a su nieto a preparar las salsas y los dos tipos de ajíes, que son uno de los secretos del éxito de ‘Los Antojitos de la Nona’. Al inicio eran solo Walter, su abuela que ayudaba en lo que su salud le permitía, su hermana en sus ratos libres, y dos ayudantes. Al principio el local era pequeño y muy antiguo, por lo que tuvo que remodelarlo. Por su puesto que cometió errores. Pero de ello también se aprende. “Yo mismo remodelé, sin diseñador. Si contratas a un diseñador te sale un ojo de la cara, pero siempre le consulto en cosas de decoración a mi hermana y mi abuela. Cuando puse el enchapado de madera, me di cuenta que con el tiempo era difícil de mantenerla limpia, y la gente ensucia bastante. Así que tuve que optar por algo más práctico”.
Aquellos primeros años habían muchas deudas de la familia, arbitrios sin pagar y demás cargas. Walter tuvo que trabajar de sol a sol y, como no ya no tenía tiempo para los estudios, empezó a llevar menos cursos. Con todo, logró acabar su carrera, pero cambió de área. “Era complicado porque tenía que pagarme yo los estudios, pero llegué a terminar. Soy bachiller. No terminé economía, sino que me cambié a administración de empresas porque me di cuenta de que me encanta la economía pero nunca la voy a ejercer. A mitad de carrera dije que estaba pagando una plata por las puras, y decidí mejor estudiar algo que me pueda ayudar en el negocio”, explica. No obstante, su mejor estudio estuvo en la “universidad de la vida”, pues fue la práctica la que le dio su doctorado: “En un curso te dicen una cosa, y la realidad es otra. El país es totalmente informal, nadie te quiere dar facturas. Si quieres hacer las cosas bien para construir algo que crezca tienes que dedicarte mucho…”.
Competencia y conquista
Cuando la madre empezó su negocio,en el barrio había dos locales conocidos. Uno estaba en la Av. México (que ya lo compró Norky’s hace dos años); y el otro a tan solo dos cuadras de su nuevo negocio. Había también otras pollerías pequeñitas, pero las mencionadas eran las tradicionales y famosas de Balconcillo. Pese a la competencia, y sin que Walter se lo explique hasta ahora, aunque cree en Dios y en la intuición de su madre, ella se mandó con restaurante de pollos a la brasa, salchipapas y menús para el almuerzo.
Entonces, para destacar entre los otros, el joven Walter tuvo que analizar su competencia. Notó que una de las pollerías se tiraba al suelo con sus precios, pero el local era sucio y descuidado, y que la otra si bien tenía precios como los suyos y un local correcto, no tenía una buena atención. Siendo Walter un tipo conversador y amiguero, empezó a dar un servicio personalizado a sus clientes. “Yo mismo atendía, siempre estaba yo presente. Me gusta tener contacto con el público, soy hablador, me acerco a las mesas y converso”, asegura, y sabe que ese es también el secreto de su éxito: hacer lo que a uno le gusta.
Fue así que empezó a introducir todas las mejoras que podía: “Decidí hacerlo un poco más moderno. Le puse pago por tarjetas de débito y todas las tarjetas de crédito, y sistemas de cobro y registro digitales. Introduje el delivery, puedes acumular puntos PlazaPoints, usar vales de alimentos de Sodexo, etc.; es decir, cosas que no encuentras en locales chicos como este, en pollerías de barrio. También hice página web, Facebook y le pongo todo lo que el mercado invente. Pero eso sí, sin perder la esencia de los sabores y la atención cercana”.
Walter Arrué ya tiene 30 años. Hace seis ya abrió una sucursal de ‘Los Antojitos de la Nona’ en San Borja y hace dos años otra en Lince. Amplio su primer local y ya es un referente en todo Balconcillo, vendiendo más de 4 mil pollos al mes solo en ese local. Aunque ahora maneja a unos 40 colaboradores, él sigue preparando las cremas todas las mañanas como le enseñó su ‘Nona’: los dos tipos de ajíes, mayonesa, golf, aceituna y palta; pues también es famoso por sus salchipapas. Desde luego, no se duerme en sus tempranos laureles, pues planea diversificarse en otros rubros. Han pasado 12 años desde que su madre inició el sueño del que aún no se levanta, y fue Walter quien tuvo que despertar para hacerlo realidad. Bien dicen que la grandeza de un hombre está en levantarse cuando hay una caída.
Tomar nota:
Dirección: Av. De las Américas 501, Balconcillo.
Horario: Todos los días del año ‒menos Viernes Santo‒ de 12 pm a 12 am.
Teléfono: 717-9393 para delivery,
Página web: http://www.antojitosdelanonna.com/
Excelente ejemplo de emprendedor!!! Que sigan los éxitos!! Walter!!
Ha sido una emoción muy grande y agradable encontrar este artículo sobre tu experiencia y la fuerza que has puesto para seguir adelante. No fue fácil en ese entonces, pero como tu dices la «universidad de la vida» no te otorga títulos pero te ofrece sabiduría y con el favor de Dios todo ha marchado bien. Gracias por compartir esta bella experiencia y espero saber más de ti, pero no esperaré otro artículo, voy a ir definitivamente a tu local a darte un fuerte abrazo. Lots of Love!!!♥